Levantó la cara de entre sus brazos, sus ojos seguían rojos y sus cachetes húmedos de tanto llorar.Tenía el recorrido de las lágrimas en su rostro; tatuaje de ese amor que vino y se fue con la misma intensidad, con la misma brevedad.
Se levantó de la mesa.
La niña fue caminando a la cocina para asaltar el refrigerador. Caminaba letárgicamente. Arrastraba sus pies envueltos por unas pantuflas peludas de garra de oso. Iba en sus calzones de encaje rojo, se los había puesto para sorprenderlo. Arriba traía una camiseta gris, de esas que se caen de un hombro, era su favorita. No sabía por que era su favorita, ni se acordaba como se hizo de ella, pero un día que se sintió mal, apareció y al ponérsela se sintió mejor.
Llego al refrigerador. Lo abrió. Se quedo varios minutos mirando fijamente sus entrañas, casi hipnotizada por la luz blanca. Su mente salió de su cuerpo, solo volvió cuando sonó la fastidiosa alarma que te indica que cierres la puerta.
Cerró la puerta.
Vio su reflejo en el laminado de acero inoxidable. Tan chula que se veía en sus calzones rojos. Sonrió entre su tristeza y la volvió a abrir el refrigerador.
Tortillas, queso, aguacates, frijoles, aquellos yoghurts que te hacen ir al baño. Había de todo pero no decidía.
Sabía que quería algo, pero no sabía que quería.
No comments:
Post a Comment