Thursday, December 07, 2006

Los Males de Hollywood

Hay ciertos males que sólo el cine Hollywoodense puede provocar. Desde que tengo uso de la razón (que según mi ex novia es desde hace muy poco tiempo) cada vez que me encuentro utilizando una puerta automática extiendo mi mano y como el mismísimo Obi wan kenobi la ordeno a que se abra. La “fuerza” en mi es fuerte, soy Jedi de los centros comerciales. Cuando voy acompañado de gente, la acción es más sutil, en vez de utilizar mi mano, tan solo guiño mis ojos y utilizo el poder de mi mente, pero la intención sigue ahí, gracias a Hollywood soy capaz de mover montañas (o mínimo puertas).

Esto suena muy bonito, pero después de meterte varios golpes con puertas que no son automáticas y no se abren con el uso de la “fuerza” uno descubre que quizás las lecciones del cine anglosajón no son traducibles a la vida y a veces hay que poner las manos. Hay ciertos males que sólo un corazón roto puede provocar y no existe “fuerza” jedi que los cure.

El cine romántico Hollygoodense (que es lo que realmente voy a criticar a pesar de mi ilustrada metáfora estarguoriana) nos tiene muy mal acostumbrados. Hace poco viví un episodio digno de la pantalla grande: amor, drama, gritos, lágrimas y en el clímax del suceso decidí partir. Orgullosamente me levante y me fui. Caminando en la oscuridad de la calle me di cuenta de la tremendísima estupidez que acababa de cometer. Seguí caminando jurando que atrás de mí iba a salir corriendo dicha dama, me iba a tocar gentilmente el hombro, yo me voltearía y los problemas desaparecerían con un largo y apasionado beso. Después de una cuadra, yo seguía caminando y ni dama llego, ni hombro fue tocado, ni boca fue besada.

Me paré a la mitad de la calle. Ahora yo juraba que al voltear ella iba a estar en el marco de la puerta donde la deje, abrazada de una columna, mirando hacia mí, esperando a que volviera. Me di la vuelta y no estaba. No había nadie. Como último recurso me apoye en un barandal sobre el puente peatonal que había en la calle y prendí un cigarro. Se supone que siempre salen cuando estas solo y apoyado en un barandal (ya sea de balcón o de puente peatonal), esto nunca falla. Un cigarro se volvió cinco y lo único que salió fue el sol. Al llegar a mi casa intente abrir la puerta con mis poderes jedi y aún sigo con el chipote.

Si mi vida fuera un romance hollygudense, ella hubiera estado en mi habitación esperándome, quizás vestida con lencería, quizás con una revolver, pero hubiera estado. En el peor de lo casos, podría instantáneamente adelantar los siguientes diez años de mi vida y encontrármela ansiosa de verme en un lugar lejano de la tierra, o ya si realmente fuera dramático me enteraría que mi despojo fue gracias a una enfermedad terminal y que me mando empacando por que no quería que sufriera. Pero esto no es joliwud, es la vida real, y a veces un “no te quiero” significa justo eso.

Según Michael Foucault lo normal es impuesto a través de la aceptación social de discursos de poder. ¿Me pregunto si gracias al discurso amoroso del cine posmoderno comercial (osea holiywood) se ha logrado que nosotros los humanos realmente creamos que el amor es como en el cine? ¿Será que realmente a alguien le toquen el hombro o lo alcancen en el balcón?

A lo mejor si viera mas cine de arte no me hubiera ido tan apresuradamente, me hubiera quedado, platicado y asimilado mi batazo con mayor madurez y menos drama. El resultado yo se que hubiera sido el mismo. Un batazo es un batazo es un batazo, pero posiblemente el dolor sería un poco mas aguantable y menos holiwudense.

Según los estándares de la gran empresa fílmica dos posibles futuros me esperan. El primero es volverme Darth Vader, el amargado tirano que busca que los demás sufran igual que el. El segundo, es volverme Luke Sywalker y reivindicar a la humanidad. Yo no quiero eso. Yo sólo quiero encontrar alguien que me quiera, a lo mejor tener un par de chamacos y un perro golden retreiver que cache un frizbee en el bosque de chapultepéc. Para lograr eso voy a ver mas cine francés, quizás se me pegue algo.

Lucharé (Poesía)

Lucharé por ti hasta que me de asco.

Hasta que contemplarte sea un silencio incómodo;
y saludarte tedio cotidiano.

Hasta que tu olor me produzca nausea
y
tu voz me aturda.

Vestido Rojo (Poesía)

Me dijeron que te pusiste un vestido rojo para la boda de nuestro amigo.

Que bueno que no pude ir,
me hubiese derretido.

Hasta Hoy (Poesía)

Hasta hoy me di cuenta que tienes unas nalgas casi perfectas
y unas chichis inmejorables.
Vestida en bikini te has de ver buenísima,
y
desvestida te has de ver mejor.

Cuando te amaba
sólo me fijaba en tu sonrisa
o en cómo arrugabas la nariz al estornudar.

Este es un poema (Poesía)

Yo soy poeta
(De los más desconocidos).

Este es un poema
(De los más comunes).

Es para ti
(Que mereces mucho más).

LVSML (Poesía)

Caminando por la vida, lo conocí. Se llamaba luis, o louis, como le decían sus amigos. En cosa de segundos me tomo entre sus brazos y me arropo. Mi vida cambió en instantes, y yo gritaba con furor:

¡Louis Vuitton saved my life!

El me protegía, me diseñó una armadura de piel, resistente a miradas malévolas. Abría cadenas, robaba suspiros. Me dio luz propia. Me hizo popular.

Creaba amistades.

Conquistaba corazones.

Es mi hada madrina, mi hechicero. Convirtió esta calabaza carcomida en carroza “jet settera”. Soy su caballero, porto su escudo a la vista de todos.

(Parezco un espectacular, me siento ridículo.)

Vivo envuelto de “glamour” y de amor, todos me admiran.

(Sus miradas me recorren como veneno.)

¡Louis Vuitton saved my life!

(Este cabrón me está matando, no puedo ni respirar en esta puta chamarra, pero hasta muerto me voy a ver a toda madre.)

Lucha Libre (Poesía)

Mucha lucha libera.
Mucha lucha libera a aquel que es prisionero.
Mucha lucha libera a aquel que es prisionero, o, sólo se encuentra aburrido.

Mucha lucha para nada sirve, si no se lucha para ser más libre.
Mucha lucha.
Lucha libre.

Sunday, August 20, 2006

Sobre la tremenda soledad que implica leer y escribir.



Publicado en el Suplemento Cultural del Periódico Imparcial de Oaxaca el 8 de marzo del 2009.



"Era por fin la vida real, con mi corazón a salvo, y condenado a morir de buen amor en la agonía feliz de cualquier día después de mis cien años."


Con esas palabras acaba el Gabo su novela, Memoria de mis putas tristes. Y yo, en cuestión de segundos, deje ese mundo tan colorido, y me encontraba en mi cuarto, en medio de un silencio que solo logró romper un suspiro melancólico que salió de mi.

A los que leemos y escribimos con locura y pasión, nos pasa esto con frecuencia. Volvemos violentamente a la realidad que nos toca vivir. El cerrar el texto o el poner un punto final nos expulsa de esa existencia ficticia que nos cautiva, y nos trae de regreso a este mundo, del cual intentamos insaciablemente de escapar. Esto repercute en nuestras vidas de la misma manera, buscamos que el romance sea tan intenso y memorable como en aquellas novelas que nos encanta leer, y, salvo que uno este leyendo El Quijote o Ulises, suelen ser igual de breves, y, al terminarse solemos quedar igual de solos.

Para los que no conocen esta soledad, compárenla con un sueño maravilloso, con una de esas aventuras nocturnas donde uno se encuentra volando, o haciendo el amor con Penélope Cruz en la ducha. O, en el caso mas parecido, cuando uno se enamora con un personaje de su sueño, y en contra de la voluntad de uno, de repente y sin previo aviso…. se despierta; a veces con ganas de llorar, y siempre con ganas de seguir soñando.

¿Acaso podemos hacer algo al respecto? ¿Existirá una manera de hacer que nuestras vidas sean tan maravillosas como nuestras novelas? No lo sé. Yo lo he intentado a través de buscar mujeres comparables con las musas de mis héroes. He pasado mi vida buscando a Dulcinea (Cervantes), Julieta (Shakespeare) o en su caso, a las femme fatal, como Helena (Homero) o Sybil (Wilde). Permítanme sacarlos de la duda, sí las he encontrado, pero ellas estaban buscando, en todo su derecho, a Romeo, no a Roberto Morris.

La misma soledad que uno siente al cerrar un libro, o a poner un punto, la siente al ser descartado por estas mujeres míticas que habitan el mismo tiempo y espacio que nosotros. Es en esa soledad, es donde nosotros encontramos nuestra vocación, en plasmarlas en papel para la posterioridad, o en proyectarlas en personajes ya desarrollados, para darle mayor vida a la obra de otros. Esto no parece justo, pero Gabriel Zaid lo resuelve majestuosamente en su poema Homero en Cuernavaca:

¿Qué le hubiera costado a Dios
que todas fueran unos mangos?
Así cada uno tendría el suyo
y nunca hubiera ardido Troya.

Pero si todas fueran bonitas
y todos inteligentes,
¿quién cuidaría la tienda
de la Historia?”

Acabo esta reflexión citando de nueva vez al Gabo: “…la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados”. Entre cerrar hace unos cuantos minutos un libro, acercarme al fin de este ensayo y haber perdido, de nueva vez una musa; me quedo con la soledad de quien escribe, de quien lee, y de quien ve a su Dulcinea galopando hacia el atardecer con cualquiera que no sea el mismo.