Monday, November 25, 2013

La chica de los calzones rojos

Levantó la cara de entre sus brazos, sus ojos seguían rojos y sus cachetes húmedos de tanto llorar.Tenía el recorrido de las lágrimas en su rostro; tatuaje de ese amor que vino y se fue con la misma intensidad, con la  misma brevedad.

Se levantó de la mesa.

La niña fue caminando a la cocina para asaltar el refrigerador. Caminaba letárgicamente. Arrastraba sus pies envueltos  por unas pantuflas peludas de garra de oso. Iba en sus calzones de encaje rojo, se los había puesto para sorprenderlo. Arriba traía una camiseta gris, de esas que se caen de un hombro, era su favorita. No sabía por que era su favorita, ni se acordaba como se hizo de ella,  pero un día que se sintió mal, apareció y al ponérsela se sintió mejor.

Llego al refrigerador. Lo abrió. Se quedo varios minutos mirando fijamente sus entrañas, casi hipnotizada por la luz blanca. Su mente salió de su cuerpo, solo volvió cuando sonó la fastidiosa alarma que te indica que cierres la puerta.

Cerró la puerta.

Vio su reflejo en el  laminado de acero inoxidable. Tan chula que se veía en sus calzones rojos. Sonrió entre su tristeza y la volvió a abrir el refrigerador.

Tortillas, queso, aguacates, frijoles, aquellos yoghurts que te hacen ir al baño. Había de todo pero no decidía.

Sabía que quería algo, pero no sabía que quería.

Sunday, November 24, 2013

La chica de las rodillas raspadas.

Nadie se daba cuenta que ella tenía las rodillas raspadas. Era tan deslumbrante su belleza que uno no se fijaba en aquellos detalles. La tendencia generalizada era perderse en sus ojos, o en sus sonrisa, o en aquellas curvas que desviaban la mirada hacia la imaginación. Sin embargo, la innegable y cruel realidad es que tenía raspaduras a lo largo y redondo de sus rótulas.

Un día, cómo cualquier otro, que la observaba como de costumbre; me di cuenta de esta desgracia. Al contrario de lo que uno podría imaginar, me pareció más hermosa aún. Esas raspaduras eran prueba de su mortalidad; de que pudiera ser tocada, besada y lastimada. Daban fe de que había vivido, amado y sufrido. No era muñeca de porcelana, de esas que sobran en este mundo. Ella era una mujer.


La pregunta que de manera casi obligatoria seguía era ¿por qué? “ ¿por qué las raspaduras?” La respuesta la encontré en un “no me importa”. Lo más relevante es que se levantó. Seguramente aparecerán otras rapaduras en esas rodillas. Seguramente se volverá a parar. Seguramente encontrará a quien se las bese por las noches.