And if I had the chance I'd ask the world to dance
and I'd be dancing with myself.
- Billy Idol
Pareciera una obviedad que la historia de un individuo con el baile fuera intrínsecamente ligada con su historia con la música, sin embargo, como persona sorda, que ya casi no puede escucharla, me encuentro bailando más de lo que uno se imaginaría. Esto me ha llevada a preguntarme ¿por qué baila uno? Si bien la música facilita el movimiento del cuerpo, uno también puede bailar en completo silencio – frente al espejo – celebrando su admisión en un club muy selecto del cual eventualmente se arrepentiría haber entrado.
La primera vez que recuerdo haber bailado fue de niño; baile junto y frente a un pato de nombre Sigfrido. Él estaba confinado o condenado, depende de tu punto de vista; a vivir en el lago del Bosque de Chapultepec. Cuando Sigfrido se me acercó y comenzó a rebotar frente a mí ondeando frenéticamente sus alas me uní a lo que yo interpreté como un baile; comencé – sin música y probablemente sin ritmo – a entablar un baile inter-especie. Fui feliz.
Otro hito en mi historia con el baile fue cuando Michael Jackson lanzó el sencillo y el video de Thriller en MTV en los ochenta. Lo vi por primera vez con mi hermano Teodoro y mi impresión fue de terror; la cara (aún de pigmentación oscura) de Jackson y sus zombis me quitaron el sueño por varias noches; sin embargo, la repetición lleva a la normalización y después de ver el video numerosas veces me enfoqué más en aprenderme el “pasito zombie”, con el hombro tieso y brazo colgado y el posterior alzado de manos de lado a lado.
Hoy en día, espontáneamente, sin música y sin que nadie me vea replico el paso en la soledad de mi casa o frente a mi perro que inmediatamente me lanza una mirada inquisidora que asumo es juicio. ¿Sabrá que Jackson era pedófilo y a pesar de esto seguimos deleitando en su genialidad musical? Hace poco hice el intento de cancelarlo de mis listas de reproducción, pero sentía que al hacerlo estaba cancelando mis memorias, no la memoria de él; cosa opuesta a cuando cancelé de mi vida la obra de Woody Allen, por las mismas circunstancias. El porqué uno sí y el otro no es materia digna de una reflexión filosófica, la cual no es el objetivo de este escrito.
Uno no puede hablar del baile sin reconocer su poder afrodisiaco; esto fue la lección que en 1990 me inculcó Johnny Depp en su terrible pero apreciado musical Cry Baby. Depp, un chavo rebelde, hillbilly y vagabundo, enamora a Allison al ritmo de su guitarra y con el movimiento elviseano de sus caderas – mismo movimiento que yo reproducía por años en las pistas de baile e incluso tomando el escenario en diversos karaokes.
Aunque nadie – nunca – me ha congratulado por mis pasos de baile cuando imitaba a Depp que en su turno bailaba como Elvis; me sentía un poco más atractivo. Hoy en día recuerdo que pensaba que me sentía más sensual bailando como Depp que en su turno bailaba como Elvis y me siento un poco más ridículo; pero sentirse y saberse ridículo y seguir haciendo lo que uno sabe que es ridículo le da a uno cierta libertada que jamás le va a dar el conformismo. ¿Quizás eso era el gran mensaje que el personaje rebelde de Depp nos quiso transmitir en la no tan famosa y nada aclamada película Cry Baby? La cual amo pero jamás recomendaría aunque estoy seguro que le disfrutarían bastante si no les importa hacer el ridículo.
Aunque penoso, fue divertido. Los noventa y los bailes coreografiados empezando con la Macarena, pasando por “uy mai mai” (¿qué es mai mai?), bailando al ritmo de Fey (mi amada media naranja), La Onda Vaselina que a la hora de haberles detonado un par de granos, de cambiarles la voz junto con la pubertad, se volvió 0V7 y desde luego toda la selección de zoofilia musical pasando por Caballo Dorado, Los Tucanes de Tijuana, Bronco, el venado y el tiburón.
Si bien ninguna de las canciones y grupos previamente mencionados serían incluidos en las playlists que enviamos en cápsulas al espacio para presumir el desarrollo cultural de la humanidad, sí cumplieron con su cometido de generar gratos recuerdos en la a veces borrosa memoria colectiva de grupos de amigos. Sin embargo, ahora que lo pienso, si pudiéramos lograr incluir el Bidi Bidi Bom Bom de Selena en una misión de contacto intergaláctico, quizás nuestros amigos extraterrestres llegarían de mejor ánimo a nuestro planeta y con ganas de rumbear y no colonizar.
Cuando a los 22 años me quedé casi completamente sordo, pensé que jamás me iban a dar ganas de bailar otra vez, sin embargo, mi teoría me duró muy poco pues ante cualquier logro o buena noticia me encuentro haciendo solo y sin espectadores mi “baile de la felicidad”; el último que hice fue hace dos días al ver fotos de mi sobrinita recién nacida.
Bailar para mí se trata de ser, no hacer. No es una externalización de una emoción; es fusionar tu cuerpo con ella. Amor, lujuria, enojo, emoción; todas estas emocionas ocupan un espacio cuando se baila; pasan de lo metafísico a lo material; redime la carnalidad y le resta la banalidad al cuerpo.
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