La vi por primera y única vez en mi gimnasio. Vestía un leotardo gris con camisa blanca debajo, era de cuerpo delgado pero curvoso, y la coronaba una larga melena de caireles cafés con luces doradas. Su nariz respingada era clara seña de una intervención humana a una obra de dios, pero para mi, que soy atéo, esto no me importaba, ya que por sus propios medios habíase logrado la perfección, aquella perfección que los literati consideran superflua, pero que aún así, anhelan con locura. Su nariz la note, por que de ella cayó una solitaria gota de sudor que acabo por estrellarse en su escote y desaparecerse entre el, a mi me hubiese encantado hacer lo mismo.
Al momento de verla se encontraba realizando un riguroso entrenamiento para tonificar sus glúteos, esto me parecía un poco narcisista dado que, según yo, ya no quedaba más que hacer con estos. Sin embargo, ella estaba diligentemente potrada en una maquina stairmaster recorriendo escalones virtuales hacia una nada difícil de alcanzar, algo parecido a un lector de ficción, ambos pasean por caminos inexistentes y ambos queden marcados por estos.
Por allí del veinteavo minuto se veía que el esfuerzo le ganaba, pues desde las entrañas de sus ser soltaba unos gemidos intranquilizantes. Eran gritos interiorizados, como orgasmos reprimidos. Los gestos que hacía con su cara delataban mas sobre lo que sentía que los sonidos emanando de su boca, esta mujer sufría, pero seguía adelante, persiguiendo un imaginario social que, según ella, bien valía la pena.
Lo siguiente que examine fueron sus manos, intentando buscar cualquier señal de una banda matrimonial, pero esta no existía, tampoco existía la marca pálida que estas dejan cuando son retiradas. Esto fue angustiante, pues la retiro de un territorio platónico y la puso en uno demasiado real. En un instante se encontraba en el mundo de lo posible.
Al terminar su entrenamiento procedió retirarse. Sudada, brillaba como ninfa mitológica. Cautelosamente la seguí para observarla. Se despidió de los entrenadores, salió a la calle y se colocó sus lentes de sol. Antes de que su pié tocará la calle me arroje a rescatarla. El coche me atropello a mí.
En un instante opté por dar mi vida por ella, creo que jamás hubiese tenido el arrojo para pedirle su teléfono….