Saturday, February 26, 2011

Arrebato

Gustavo De la Olla Martinez estaba estancado. De haber sido un joven promisorio; capaz de soñar, inventar y amar profundamente, se volvió un ser lánguido y latente. En vez de jugar a los bolos y escalar montañas, se conformaba con ir al gimnasio 3 veces por semana en episodios de 90 minutos cada vez. Aventura para él, era jugar el melate y esperar aquellos momentos de suspenso antes de ver si sus números eran los ganadores. Nunca ganó. Siempre jugaba. Siempre que perdía sentía una pequeña decepción, como si la vida le estuviera robando algo, o más bien que le debía algo.

No soñaba, pero si deseaba. Cada vez que paseaba por plazas públicas y veía a jipiosos de greñas largas suspiraba. Deseos de libertad. Pero había hipoteca que pagar. Vivía esclavizado por la comodidad de un departamento de 90 m2 en una zona chic. El jipi seguro no tenia eso, se decía; pero al verlo boqueándose con una greñuda enguarachada a medio parque, entre globeros y ambulantes, no dejaba de sentir un poco de celos. Su único consuelo, es que él trabajaba para su familia… que aun no tenía, pero que seguramente un día se lo agradecería.

Gustavo era un muchacho propio. Su cabello raramente tocaba sus orejas o el cuello de su camisa. Sus uñas cortas y limpias, zapatos boleados, tennis recién salidos de la lavadora. Se había comprado recientemente un aparato para eliminar bellos de su nariz. Cuando lo usaba le dolía como la chingada. Le causaba fuertes lapsos de estornudos que dejaban su abdomen adolorido y su espalda encorvada. Esto lo hacia una vez por semana, en las últimas horas de cada domingo para llegar de manera presentable el lunes a su oficina.

Hace poco, debido a un agudo dolor de espalda, un doctor le había detectado una cadera desviada. La causa de esto se debía a que su pierna derecha era ligeramente más larga que su pierna izquierda. La diferencia era tan sutil que ni él, ni nadie jamás se habían percatado. Lo irónico de todo esto, es que esta malformación se había intensificado por el grosor de su cartera. En ella, tenía cuatro tarjeta de crédito, las identificaciones de un ciudadano responsable, varias credenciales de membrecía a diversos establecimientos de consumo y una cantidad respetable, más no opulenta o vulgar de efectivo. La vida le había dado una cartera maciza que era incompatible con él.

No cambio su hábito de cargar cartera. Cambio, ligeramente los contenidos. Intento usarla en una bolsa frontal de su pantalón, donde regularmente cargaba mentas para el aliento, pero esto no funcionó. Prefirió amortiguar su dolor con pastillas. Pastillas que cargaba dentro de su cartera, en la bolsa derecha trasera de su pantalón.

Todo cambió un día cuando la conoció, y de Gustavo nunca se volvió a escuchar. A ella, la veían a cada rato.

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